JM
«Jean es una contradicción en estado puro. Desde chiquito la vida le fue poniendo límites, desde entonces los viene ignorando.
La poliomielitis suele ser invalidante. Jean la padeció antes de que tuviera conciencia de lo que significaba y no se dio por enterado.
Sencillamente la miró por sobre el hombro, con ese gesto que significa “si esta garúa me moja hay que buscar otro paraguas”.
Si se suponía que no podría ponerse de pie, se paraba. Si se imaginaban que no podría caminar, caminaba. Si presumían que ese sería el límite, jugaba al fútbol, andaba en bicicleta, montaba a caballo.
La vida le corría el arco: hasta aquí llegaste, lo desafiaba. Y Jean en lugar de protestar iba a buscar el gol más allá. Hasta el Himalaya, literalmente.
A tipos como Jean conviene tenerlos siempre a mano. Para cuando uno tropieza con pequeñas enormes dificultades y tiene la tentación de decir “basta, ya es demasiado”.
El punto final adonde llegaste vos es el que a Jean le parece razonable como línea de partida. Donde vos tirás la toalla, él pregunta cómo anotarse para comenzar la carrera. El riesgo, aunque tal vez no lo sepa, es que puede convertirse en adicto a la transgresión, un violador serial de límites: si ya llegó braceando al Himalaya por qué no a la luna, si ya aprendió a saltar sobre un caballo por qué no entrenar tiburones, si ya participó en maratones por qué no competir en diez Iron man.
Que alguien se anime a buscarle límite, Jean se divertirá pulverizándolo. No es un súper héroe de cómic ni usa capa para volar. Es un hombre más o menos normal en el trato, pero nada normal en su percepción de que las fronteras se hicieron para cruzarlas y los muros -que lo perdone Donald Trump- para derribarlos.
Aunque las piernas no lo ayudaran, tenía más posibilidades de trotar que de enfrentar audiencias. Años atrás era su nuevo límite a sortear, la siguiente aduana de los imposibles para burlar.
No fue tonto, buscó ayuda. La encontró desde el moisés con sus padres, la tuvo luego con su mujer y sus hijos, la reclama y la consigue de amigos, cómplices, adiestradores y couches de toda naturaleza.
También de los que, después del prodigio naturalizado de caminar sin ayudas hasta el centro de un escenario, lo prepararon para que pudiera narrar su invalorable experiencia. Lo armaron de herramientas para que pueda compartirla y contagiarla.»
Miguel Clariá